Recién celebrada la elección presidencial en julio de 2012,
el triunfo electoral de Enrique Peña Nieto (EPN) estaba en fuerte controversia con
la denuncia por parte de otros partidos políticos sobre la compra de votos y el
financiamiento con dinero ilícito en que habría incurrido el Partido
Revolucionario Institucional (PRI), lo cual impedía al candidato priísta la
legitimidad necesaria para gobernar sin cortapisas ni chantajes, incluso su inminente
asunción al Poder Ejecutivo no estaba del todo garantizada.
Situación tal agraviaba sobremanera a los partidos de
izquierda, reluctantes a los procesos electorales fraudulentos que la mafia
gobernante nacional y extranjera consuetudinariamente inflige a nuestro país
(¿nuestro país?), por lo que se pronosticaba otro despiporre igual al que
organizó Andrés Manuel López Obrador en el 2006 como consecuencia de la estafa electoral
televisiva que encabezó Vicente Fox Quezada, la que finalmente impuso a Felipe
Calderón Hinojosa en la presidencia de la disimulada tiranía mexicana durante
el periodo 2006-2012 (150 mil asesinatos y 22 mil desaparecidos desde el año
2006 a la fecha, nos develan una tiranía imperial disfrazada de democracia
electoral).
Esperar la resolución del Tribunal Electoral del Poder
Judicial de la Federación (TEPJF) la cual absolviera de los delitos en que
habría incurrido el PRI en el proceso electoral de 2012 no era posible, dicho
laudo absolutorio fue emitido apenas el jueves 19 de la semana pasada –día del
Ejército Mexicano, para variar– y provocó indignación nacional por la
manifiesta subordinación y complicidad de la magistratura del Poder Judicial de
la Federación a favor del representante del Ejecutivo.
En aquellos días el país requería un liderazgo honesto,
el que sabe ser leal, más a las instituciones y la ciudadanía que a proyectos
políticos. La experiencia aprendida con el estallido social del 2006, que fue
contraproducente electoralmente hablando porque favoreció al PRI, indicaba que la
única alternativa para vencer a la dictadura presidencial era la rebelión sangrienta,
armada, la que a fin de cuentas suele resultar inútil porque lleva al poder a
políticos perversos, iguales a los que se derrocan. Por lo que no tenía caso
que la izquierda sufriera otro desgaste político con las mismas medidas de
resistencia civil pacífica, las cuales restan simpatías en los electores debido
a que los grupúsculos mediáticos infaman las virtudes cívicas opositoras.
El político de izquierda prudente, visionario y estadista a quien EPN debe la legitimidad con la que gozó al asumir el cargo de presidente de
la república en el 2012, y cuya influencia fue clave para resolver la encrucijada
del entonces virtual presidente, gracias a la prontitud con la que se definió la postura favorable respecto al cuestionado triunfo, tiene nombre y apellidos: Marcelo Ebrard
Casaubón, el mismo que el día de hoy viernes renunció al Partido de la
Revolución Democrática (PRD), y en lo cual el presidente EPN junto a su fiel
colaborador Miguel Ángel Mancera, Jefe de Gobierno del Distrito Federal, tienen
mucho qué ver, según cuentan los que saben.
Por cierto, también yo renuncié al Instituto Nacional Electoral (INE), por “motivos personales”.