Embargar ilegalmente autobuses, pedir dinero en la vía pública para costearse
la alimentación y gastos escolares, manifestar públicamente indignación y
realizar actos subversivos como el bloqueo de carreteras, y con ello exasperar
a la sociedad, a las autoridades y, sobre todo, a la delincuencia organizada
que realiza el lucrativo negocio del narcotráfico en el cual están funcionarios
de todos los colores y niveles.
Incluso verse involucrados por homicidio imprudencial en la
muerte del ciudadano heroico Gonzalo Miguel Rivas Cámara, ingeniero en sistemas
computacionales, colaborador del Diario de Guerrero (Nota relacionada), quien murió tras una
larga agonía de 21 días (del 12 de diciembre de 2011 a la primera hora del día
1 de enero de 2012) a causa de quemaduras que sufrió al intentar apagar una máquina
expendedora de gasolina que había sido incendiada por los normalistas.
Y en este mismo suceso, provocar de forma indirecta la
muerte, en legítima acción policiaca, de Gabriel Echeverría de Jesús y Jorge
Alexis Herrera Pino, quienes fueron estudiantes de la escuela normal rural Raúl
Isidro Burgos de Ayotzinapa y se encontraban manifestándose en contra del
gobierno estatal (Nota relacionada).
Casi todo esto hace a los manifestantes de Ayotzinapa condignos
del castigo que marque la ley, pero de ninguna manera y en ningún caso a la pena
de muerte.
Todos esos crímenes cometidos por los estudiantes de
Ayotzinapa debieron ser oportunamente calificados por un juez del sistema de
justicia mexicano para castigar, conforme a derecho, a quien hubiera resultado
culpable por aquellos hechos trágicos.
Debido a la omisión de las autoridades de los tres niveles
de gobierno, los crímenes realizados por los normalistas no fueron calificados
debidamente como delitos, acto que sólo un juez o jueza pueden dictaminar, y
quedaron impunes; pero ello no justifica los crímenes de lesa humanidad que
cometieron los narcotraficantes con el apoyo tácito o de actuación directa por
parte de las fuerzas federales, estatales y municipales en el estado de
Guerrero en contra de los cuarenta y tres normalistas que se encuentran
desaparecidos y presumiblemente fueron torturados, asesinados y calcinados, de
los cuales se han identificado plenamente los restos de Alexander Mora Venancio,
y con pocas probabilidades de certeza, los restos de Jhosivani Guerrero de la
Cruz.
Tampoco es justificable, pero sí muy condenable el ataque demencial
y cobarde que con fusiles de alto calibre los policías de Iguala arremetieron en
contra del equipo de futbol Los Avispones que en el momento de la embestida viajaba en un autobús; en donde la autoridad encargada de
preservar el orden asesinó al conductor de la unidad Víctor Manuel Lugo Ortiz,
y al adolescente David Josué García Evangelista, de quince años de edad.
Igualmente condenable es el asesinato contra la señora Blanca Montiel, usuaria
de un taxi que pasaba por el lugar donde se encontraban Los Avispones.
La situación lamentable y apocalíptica de México ha sido
provocada por los intereses perversos de la clase política que únicamente vela
para ganar más en lo que sea, de forma lícita o ilegal, no importa, siempre y
cuando con ello obtenga más poder y dinero, con lo que disfruta todo tipo de
placeres, sanos o execrables, más buena fama y prestigio, aunque sólo sea para
guardar las apariencias.
Toda esa pirámide de corrupción e impunidad tiene su base,
ahora lo sabemos gracias al honesto informe del GIEI, en los conflictos que ocurren
entre los normalistas de Ayotzinapa que pisan los callos de las empresas de
autobuses y los narcotraficantes que utilizan dichos vehículos para
su ilícito negocio.
No es que los normalistas de Ayotzinapa estén en el negocio
de las drogas, sino que representan una permanente incomodidad para las
corruptas autoridades de los tres niveles de gobierno, principalmente de malvados
servidores públicos del Ejército y la Policía Federal, que son los que mandan
en la actividad del narcotráfico.
Esto lo sé porque hace más de una década estuve asistiendo a
juntas del Operativo Sellamiento, y sólo se actuaba en contra de los capos “independientes”.
Si no hay orden expresa del estado mayor que mantiene comunicación con gobernación y la presidencia de la república, no se mueve un dedo para atrapar
a tal o cual narcotraficante.
También porque en cierta ocasión en el año 1998, en la
brecha fronteriza de Sonoyta, Sonora, con el estado de Arizona, EE.UU., apoyé a
mis compañeros en un decomiso de droga por parte de Aduana México y al Ejército
no le gustó nada la acción cuando yo mismo informé a un jefe militar del
embargo que habíamos hecho los policías fiscales. Fue frustrante.
De aquel operativo se hizo un mitote institucional, pues tanto
el Ejército como Aduana México se adjudicaron y pelearon ante las autoridades
centrales los créditos del decomiso de marihuana.
En realidad fue un operativo conjunto porque Aduana México
puso a disposición del Ministerio Público la marihuana, y el Ejército remolcó
al cuartel la Ram Charger, color blanco, en la que los delincuentes transportaron la droga, y la cual tenía las llantas ponchadas. Este fue precisamente el apoyo que solicité personalmente al jefe militar, pues
el cargamento de droga ya se encontraba en la comandancia de la aduana.
Solicité el apoyo del Ejército porque en aquel tiempo Aduana
México no contaba con el personal suficiente para culminar el operativo, fue
por este motivo que tuve necesidad de abandonar la oficina para apoyar a mis
dos compañeros que vigilaban la brecha internacional.
En este sentido, el móvil de la masacre contra los
estudiantes de Ayotzinapa se debe más a la incomodidad y riesgo que representan
los normalistas a la actividad delincuencial, pues la sociedad es sumisa tanto a
la delincuencia organizada como a las corruptas autoridades que controlan la política,
la economía, las finanzas estatales y empresariales; en fin, la vida de toda
persona, como si fuera un estado totalitario encubierto con una máscara
democrática.
La delincuencia organizada y las autoridades corruptas que dan impunidad a todos los criminales no toleran que un grupo de ayotzinapos,
normalistas miserables, estén importunando las ilícitas actividades que significan
el gran negocio de la política mexicana, y que tampoco se sometan a las
autoridades “democráticamente” electas, como fue el caso del anterior
gobernador Ángel Heladio Aguirre Rivero con quien tuvieron serias diferencias. Ni
mucho menos les cabe en la cabeza a esos cretinos asesinos que los normalistas
ignoren y sean indisciplinados versus los líderes del narcotráfico en la plaza.
Por este motivo actuaron tan sanguinaria y cobardemente
contra los jóvenes, porque no los pudieron someter como han sometido, humillado
y deshonrado a toda la ciudadanía, que esta sí, es “bien portada”.
En toda esta tragedia hay alguien que se niega a aceptar su
culpabilidad e impide la acción de la justicia: el secretario de gobernación.
La sociedad mexicana no puede más con ese lastre anti
institucional que no tiene la capacidad ni la intención de cumplir con las
responsabilidades del ministerio, conforme al estado constitucional de derecho (Artículo sustentador).
También están los mártires de Ayotzinapa: los cuarenta y
tres desaparecidos, más los seis asesinados en los días aciagos 26 y 27 de
septiembre de 2014; la memoria de todos ellos y sus familiares continúan esperando la defenestración de
Miguel Ángel Osorio Chong para tener la esperanza de que se castigará a todos
los culpables.
Los ciento once detenidos podrían salir de la cárcel en
cualquier momento por “falta de pruebas debidamente sustentadas”. Este es el
riesgo que se corre con Osorio Chong en gobernación. Además, seguramente no están
en la cárcel todos los culpables, ni son culpables todos los que están allí.
Mientras tanto, a los dolientes padres les hierve la sangre de indignación y les arden los huesos por la angustia de no ver a sus seres queridos, y por la
anhelada justicia que tampoco aparece. Dios los ampare y consuele.
¿Enrique Peña Nieto tendrá una mascota? ¿Qué sentiría si de
repente desaparece su mascota? Ahora imagine que se le desaparece un
descendiente, un hijo, una hija. No soportaría la angustia. Perdería la razón y
lo lamentaría el resto de su vida. Dios guarde la hora.
Los mártires de Ayotzinapa -
CC by-nc-sa 4.0 -
Jorge Rosendo Durán Mozqueda